Pasajeros en Tránsito

El momento mas bello de un viaje, es su recuerdo” Laurence Sterne

¿Por qué viajamos? Meter algunas cosas en la mochila y partir para la próxima estación. ¿Qué nos impulsa a aventurarnos, a cruzar otros ríos? No hablo de turistas, programados por un horario, un guía y un presupuesto, hablo de los que van caminando, encontrando amigos que tal vez no buscan, paisajes nuevos donde recostarse, instantes felices, irrepetibles, con los cinco sentidos aguzados, sin prisas. Seducidos por momentos únicos. Esta ganas de migrar, de ser nómade, de recorrer distancias.

Sobre estas cosas voy pensando mientras preparo mi próximo viaje. ¿Qué nuevos encuentros me esperan? Qué historias me aguardan? El presentimiento de los encuentros inesperados y de las historias por ocurrir se alimenta del recuerdo de encuentros e historias ya vividas.

Algún motociclista como Pocho, el uruguayo volador que viajaba de Canadá a Montevideo, en su Suzuki 500 y que un día lo encontramos en las calles de la isla Diguir (Tigre), donde nos contó su historia de azares y malentendidos; el barco que debía llevarlo hasta Colombia nunca llegaba. Hay días que le entran las ganas del reencuentro y de una nueva travesía en su potro de hierro. Mientras tanto nos va contando – via email - sus días montevideanos.

O aquel encuentro en el viaje de Puerto Obaldía a Usdup, en un barco cargado de maderas y hojas de palma “weruk” - los techos de las casas tradicionales kunas –. En este barco conocimos a otro viajero que venia desde Minas Gerais (Brasil) y camuflado en medio de tantas palmas estaba su medio de transporte y su cómplice, una bicicleta. Su meta era llegar hasta Guatemala; venia de Cartagena, y ya en su cuerpo y en su memoria cargaba historias de desencuentros, algunos sustos y nuevas amistades. Ahora tenía que llegar hasta Colón y continuar a pedalear. Compartimos unas horas en el mar, historias de su tierra, unas sodas y galletas y el sueño de un reencuentro en algún rincón del mundo. Nunca más supe de Paulo, el enfermero brasileño, que un día decidió pedir un año sabático y atravesar Centroamérica en una bicicleta.

Y en Usdup, otro encuentro, una pareja de franceses - David y Julie - que caminan por el mundo, y se van quedando por más tiempo en territorios indígenas. Lo último que supe de ellos es que ya andan por el sur del sur, cerca de la Patagonia; al despedirnos intercambiamos buenos deseos, direcciones electrónicas, abrazos y miradas llenas de complicidades.

Siempre que regreso pienso en los que se fueron y no volvieron. ¿Cuál habrá sido la imagen que fueron construyendo los primeros aventureros kunas que desde el siglo XVII comenzaron a embarcarse en barcos piratas, para conocer otras culturas, otras formas de sentir el mundo? O los marineros que dieron la vuelta al mundo, como los vaporinos dules, quienes, después de mucho navegar, un día se bajaron en un muelle de New York y se quedaron a vivir y nunca más volvieron a las islas.Corre una historia por las aldeas, que ya forma parte de la memoria marina, sobre un kuna, marinero y aventurero que un día, por los años cuarenta, se embarcó en un carguero holandés y después enviaba noticias desde Filipinas o Madagascar, de Mali o Chipre. El anai errante, nunca volvió a la Comarca para contar sus viajes y sus aventuras pero seguro que contó a sus nuevos amigos - los Dogones de Mali, o los Tuaregs del Sahara o los marineros de Rotterdam - historias de la aldea donde creció y de la Casa Grande donde nunca lo olvidaron. Nadie sabe si todavía vive, o si está “sembrado” en algún cementerio de Rotterdam o en alguna aldea costera en Malasia. O si, como en un poema de Neruda, “una noche se acostó con la muerte en el lecho del mar”.

¿Volveremos a encontrar a los amigos que un día se cruzaron en nuestros viajes? Tal vez nunca más. ¿Qué nos unía? Quizá solo el privilegio de viajar juntos, de una conversación en una noche de estrellas. Sin embargo habitan en nosotros, junto con los espacios y los silencios compartidos, y las sensaciones, difíciles de contar, de describir pero imperturbables.

¿Será que viajamos para encontrarnos con nosotros mismos? Creo que, como dice Javier Moro, “los viajes son una metáfora, una replica terrenal del único viaje que de verdad importa: el viaje interior.”

Así que, ahora ando a preparar, a aguzar los ojos, la mirada, los cinco sentidos, el alma y el cuerpo para mi próximo viaje!

julio 2008