“Platero y yo”, un dulce reencuentro

A propósito de mi crónica Era una Vez una Biblioteca. que publiqué en esta columna y donde, entre otras historias, contaba la vida de los camellos libreros, que en el desierto de un país africano encantaba a los niños con su carga de libros y alegrías, un amigo me envió un texto publicado en la revista Gatopardo. El texto narra la historia del maestro colombiano Luis Humberto Soriano y sus dos burros, Alfa y Beto, con quienes “ha armado una biblioteca móvil” ofreciendo humildemente su riqueza, sus miles de libros, en beneficio de los niños y adultos de su Magdalena querida.
“Muy al alba de todos los sábados carga sus animales con enciclopedias, textos escolares, cuentos para niños, literatura universal…” y va por las veredas y corregimientos del Magdalena bajo, el maestro Luis Soriano,y su Biblioburro. Una idea maravillosa, en una región donde los burros no están en vías de extinción y es el medio de transporte más utilizado.

El primer burro, que conocí, me llegó por vía de una lectura obligatoria, “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…” así empezaba uno de los libros que teníamos que leer obligadamente en el primer año del Primer Ciclo (en la isla de Narganá, Kuna Yala). Texto hermoso, pero que en aquel tiempo, fue difícil, incluso parecía más un castigo….y no tenia nada de encantador para muchos de nosotros.
Eramos 30 indiecitos en una isla mágica, con 11 o 12 años, mal hablantes del castellano y un profesor de español, que no hablaba nada de dule gaya (lengua kuna). Eran las reglas de la época, no se como será ahora, nos entregaban una lista de libros para comprar: Don Quijote, Ulises, obras de Julio Verne, Narraciones panameñas….y era necesario interpretarlos y resumirlos!. En los momentos más complicadas de las lecturas y su comprensión, siempre aparecía una maga, un ángel, que estudiaba con nosotros y que hablaba muy bien la lengua de Cervantes, era su lengua materna. Elisa, fue la salvación en tantos naufragios escolares…! Además en sus ojos, aprendí a leer otros poemas!
Dónde andará, mi bella hechicera!
Fue difícil pero al mismo tiempo fascinante. Creo que el profesor nunca nos llamó burros, tal vez lo pensaba, pero también no tendría ningún significado para nosotros. Y así fue que conocí el primer burro: El Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

Y por estas bandas, por estos pagos, de la Europa Ibérica, donde los burros están en vias de extinción, se han creado asociaciones proteccionistas, colectivos de amigos del burro, y en especial se están dedicando a la propagación de un terapia muy especial: la Asinoterapia. – trabajo terapéutico con los burros.

La Asinoterapia, dicen los entendidos, es una alternativa terapéutica para personas con necesidades especiales, físicas y mentales. El contacto repetitivo con estos animales mejora el equilibrio, contribuye al desarrollo de los músculos débiles, y la interacción con el animal, estimula el vocabulario, y se refuerza la auto-estima y la confianza.
Un nuevo papel social, después siglos encarado como simple animal de carga, y su nombre utilizado para designar a alguien como “rudo o de poco entendimiento”. ¡Eres un Burro! Cuantas veces no escuchamos esta frase.
Por eso una vez miembros de una Asociación para la Defensa del Borrico (Córdoba) llegaron a solicitar a la Real Academia de la Lengua que cambiara la definición que aparece en el diccionario sobre el burro; sugerian algo así “animal noble y milenario, amigo de la humanidad”. Los sabios, los académicos, claro, no les hicieron caso.
Tengo, la alegría de conocer uno de estos colectivos, la Asociación para el Estudio y Protección del Ganado Asinino, de las Tierras de Miranda do Douro, región fronteriza, rayana, con España. Miguel Novoa y sus cómplices, además de dinamizar secciones de Asinoterapia, organizan paseos, giras turísticas, defendiendo el patrimonio cultural tradicional. Van recorriendo aldeas, cruzando ríos, saboreando la gastronomía local, paseando entre montes de olivo y de alcornoques, observando los almendros en flor, repitiendo las rutas de los antiguos contrabandistas, que en tiempos difíciles de falta de pan y libertad, eran los salvadores.

Y así van los “burriqueiros” y sus amigos, acompañados muchas veces por el sonido de las gaitas de foles. Ellos son dos símbolos de estas Tierras Trasmontanas: el burro y la gaita. Es otra forma de viajar, de sentir el latido de la Tierra y sus frutos.
En este mundo de velocidades, de super aviones, de trenes que casi vuelan, de comidas rápidas… donde no hay tiempo dicen, para nada. Están estos otros habitantes de nuestro Planeta Azul, a invitarnos a vivir mas tranquilos, a decirnos “cógelo suave”. Paremos a escuchar el mar, a sentir el viento, a darnos la mano, a disfrutar de la cocina, a conversar sin prisas, a recitar un poema …y leer calmamente un libro. y sólo una urgencia de alta velocidad: Amar!

26 de Junio de 2006