¿Hasta cuándo?

“Todo el mundo habla de paz,

pero nadie educa para la paz,
la gente educa para la competencia
y este es el principio de cualquier guerra.
Cuando eduquemos para cooperar
y ser solidarios unos con otros,
ese día estaremos educando para la paz”

María Montessori

Para compartir puntualmente esta Luna, iniciamos su redacción a fines de febrero. Y cayó encima del mundo la invasión de Ucrania. Por supuesto, hubo que enfocarse en la urgencia que sucede y a la que aun no se ve salida. Ojalá estas reflexiones que aquí compartimos sirvan de algo. 

Salvo la élite de mandones“Ninguno es mujer”, me dice Beth desde el otro lado de la casa; “Un negro nunca haría eso”, aclara Hermógenes Gutiérrez desde Santiago de Cuba; “…menos un indígena”, me dicta Ologuagdi desde Kuna Yala –, salvo esa élite mercantilista y mandona que rige los destinos del planeta, decía, nadie sabe cuál será la situación día tras día de esta Tierra querida. Ni cuántos seres humanos, chiquitos, grandes, ancianos, pero también árboles, perros, gatos, pájaros, ojos de agua… habrán sido hechos pedazos en Ucrania y allende Ucrania.

Más adelante vamos a compartir un texto de Galeano, pero antes permítanme narrar una anécdota de otra invasión, la que hace 33 años cayó sobre Panamá el 20 de diciembre de 1989. Como sabemos, esa no fue una guerra. “Zarpazo de tigre”, si acaso. Brutal y cobarde. Ningún pueblo de la Tierra se merece una invasión. Aquella vez también, muchos medios de comunicación trabajaron duro y con debida anticipación para que el culpable sea otro y solo uno, la cobardía acto de liberación y las causas y fines nunca del todo entendidas.

Aquel 20 de diciembre entró en escena el “avión furtivo”, el “invisible”. El F-117A Stealth fighter que evadía los radares y por el cual los contribuyentes estadounidenses habían pagado 6.56 billones de dólares, financiando un programa de investigación que resultó en poco más de 50 de esos aparatos. Cacharros que no mucho después la propia Air Force declaró obsoletos. Dos salieron de su base en Nevada, EEUU, y volaron hasta estos lares tropicales para soltar dos bombazos de 2,000 libras cada uno en los aledaños de la base panameña de Río Hato, donde parte de los que dormían eran cadetes en edad escolar. Otras dos bombas – “la madre de todas las bombas”, las llamaban – impactaron a lo bestia sobre el Cuartel Central, en pleno barrio popular de El Chorrillo una, y otra en una base de las afueras, donde hoy quedan los centros penitenciarios La Joya y La Joyita.

Para asustarlos no más era…”, dijeron después portavoces militares.

Sigue la anécdota: un año pasó y en diciembre de 1990 caminaba yo por la avenida Central de ciudad de Panamá. Y ahí nuevamente atacó el F-117A Stealth fighter: pequeñas reproducciones de plástico se vendían en las jugueterías. Baratas, para funcionar solo requerían una pila. Es decir, entiéndase bien: los niños de El Chorrillo, cuyo barrio fue en buena parte vuelto cenizas un año antes gracias también a avioncitos como ésos, esos niños podrían recibir como regalo de Navidad del niño Dios, su propio F-117A “invisible”. Quizás sus bombas mataron a su madre o a un vecinito, pero eso no importaba. A nadie se le ocurriría además, prohibir un juguete.

¿Cómo no vimos el insulto, la felonía?
¿La reconoceríamos hoy?

Las mentiras ciegan, como nos dirá Galeano. Y los locos guían a los ciegos. Y los asesinos y los asesinados desaparecen de escena rápido, guerra tras guerra. En Ucrania los hermanos se volverán enemigos y sus heridas quedarán abiertas a la intemperie quién sabe por cuánto tiempo, por cuántas generaciones. Hay asesinados en Ucrania por el ejército ruso. Hay detenidos y golpeados en Rusia por protestar contra la guerra. A nuestra generación nos enseñaron que la humanidad era una y toda de hermanos y hermanas. ¿O es que nos engañaron?  ¿Alguien acaso gana con las guerras cuando todos podemos volar en pedazos? Ganan los grandes consorcios armamentistas y los grandes capitales que ven en ellas oportunidad para conquistar, destruir y luego reconstruir territorios.

Sujetos somos de caprichos y pataletas de mandones que nunca bajan a combatir: envían y enviarán a los jóvenes. Sin duda hay jóvenes que entran a la carrera militar pensando que lo hacen para defender a su país. Y pueden ser muchos. Incluso políticos que empiezan llamados por la necesidad de atender las necesidades de las mayorías. Pero en el camino grandes intereses económicos son los que deciden, y lo hacen para bien de sus inconmensurables ganancias no para la patria ni para la gente. Execrable complejo militar industrial: con cada guerra sus altos ejecutivos entran en éxtasis viendo sus arcas hincharse.

¿Será que aprenderemos a reconocer el origen de tanta estupidez?

¿Será que nos llegará a interesar vivir por algo que valga la pena, y educarnos y educar para el bien común como reclama María Montessori?

¿Hasta cuándo vamos a seguir en fila calladamente a la normalidad preponderante, que hoy nos manda, nos mata, nos miente y nos enceguece para beneficio de grandes intereses económicos que son inmorales, insostenibles y muy suicidas?

Jorge Ventocilla

*

Ilustración de Ani Ventocilla King

“Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar: Yo mato para robar.
Las guerras siempre invocan nobles motivos. Matan en nombre de la paz, en nombre de dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia.
Y si por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar
la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero.

En Rey Lear, Shakespeare había escrito que en este mundo los locos conducen a los ciegos. Cuatro siglos después, los amos del mundo son locos enamorados de la muerte que han convertido al mundo en un lugar donde cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños y cada minuto se gastan 3 millones de dólares - tres millones de dólares por minuto - en la industria militar que es una fábrica de muerte.

Las armas exigen guerras y las guerras exigen armas y los cinco países que manejan las Naciones Unidas, los que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas,
resultan ser también los cinco principales productores de armas.
 

Uno se pregunta ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la paz del mundo
estará en manos de los que hacen el negocio de la guerra?
¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido
para el exterminio mutuo y que el exterminio mutuo es nuestro destino?

¿Hasta cuándo?” 

Eduardo Galeano

(Mensaje a la Marcha mundial por la paz y la no violencia, octubre 2009).


Marzo de 2022