Canto a la Semilla
Solo haré una breve presentación del texto que sigue de Cebaldo, que da forma a esta Luna Llena de inicios de lluvias en Panamá - aunque él escribe desde São João da Madeira, Portugal, donde ahora es primavera. Y mi compadre el Cebaldito lo hace recordando a su amigo Leopaldo Martínez, conocido por todos como “Cesarín”.
Cesarín, que un día de hace muchos años ya, llevó a Cebaldo a su finca en tierra firme, en Usdup (Ustupu, Comarca Kuna Yala), para enseñarle el árbol que estaba cuidando y que conocía y había hecho crecer desde semilla.
Y más años después volvió a invitarlo, para ver el urgaggor que estaba labrando a partir de su árbol. Y otros años más después, lo rescató de unos manglares aledaños a Usdup, en su bote que para ese entonces era una nave legendaria en la comunidad…
Tuve la suerte de conocer a Cesarín, una vez. Se fue al cielo el pasado 7 de abril: se convirtió en semilla y Cebaldo canta aquí a su memoria.
-Jorge
Canto a la Semilla
A la memoria de mi amigo Cesarín,
que un día me llevó a conocer una semilla,
que se transformó en un hermoso cayuco
“Desde hace unos trescientos sesenta millones de años
las plantas vienen produciendo semillas fecundas,
que generan nuevas plantas y nuevas semillas,
y nunca han cobrado nada
por ese favor que nos hacen”
Eduardo Galeano
Siempre me encantó la historia de las semillas, estas pequeñas criaturas que un día se transformarán en pequeños o grandes árboles, en frutales, en sombras y alegrías para aves, duendes, humanos y animales. Las aventuras que ellas viven viajando en el interior de animales, en la cabellera de mujeres (como lo cuenta la historia), en el mar nadando miles y miles de kilómetros, por el aire sorteando pájaros o en sus alas y cuerpo. Estos pequeños seres vivos, que parece que se desasen, que se transforman y “desaparecen” para dar paso a una nueva vida cumpliendo su tarea de reproducción. Porque cada vez que germina una semilla se cumple y se repite el fenómeno de la creación. Benditas semillas.
Dicen los hermanos Arhuacos que la semilla es la condensación de todos los elementos de la naturaleza: del aire, del fuego, de la tierra y del agua.
Y las semillas son también símbolos de resistencia, de memoria y de fuerza como nos lo cuenta Eduardo Galeano: “Antes de escapar, las esclavas roban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabazas. Sus enormes cabelleras hacen de graneros. Cuando llegan a los refugios abiertos en la jungla, las mujeres sacuden sus cabezas y fecundan, así, la tierra libre.”
Muchas de las historias fundadoras de nuestros pueblos indígenas, las que forman su memoria y cosmovisión, hablan de seres o deidades que un día se transformaron en semillas y frutos. El transito de la muerte a la vida.
Y es por eso que cuando un dule empieza su viaje sagrado a las Tierras Sin Mal, en la ceremonia del funeral el Poeta Mayor le canta, diciendo que estamos plantando al hermano, que lo estamos sembrando para que su memoria nazca y crezca como los árboles.
En lengua kuna o dulegaya, una de las formas de nombrar a la semilla es ibgwag o ibmar gwagwa, gwa quiere decir lo esencial, lo sustancial, el corazón; así gwagwa seria “doble veces corazón”. Y de allí sabbigwaa, “corazón del árbol”, y el nombre de Nana Ologwadule, - uno de los nombres que los kuna dan a la Madre Tierra - la madre generosa que hace germinar las semillas, madre madura que está pariendo hijos nuevos.
Las personas somos semillas y por eso no se nos entierra sino que “se nos siembra”, para que germinemos. Así cantan nuestros Poetas Mayores al despedirnos.
Bienaventurados los pueblos que siguen conservando bosques y selvas, mares y ríos. Guardando y cuidando semillas para que la vida continúe su ritmo y su camino.
-Cebaldo Inawinapi
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Abril de 2021
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