¿Donde queda la frontera?

En este agosto de viajes, continuando con nuestras investigaciones sobre los impactos del turismo, empezamos el trabajo de campo en el extremo oriental de la costa caribe panameña, a unos minutos de caminata ya está tierra colombiana, que en épocas lejanas fue territorio común, sin fronteras, sin banderas.

Para otros habitantes de esta región, aves, plantas, ríos y animales, es una tierra compartida. Con ecosistemas comunes, viven sus complicidades, sin pasaportes, ni permisos.

Puerto Obaldía es la primera parada; una comunidad afrokuna, aunque muchos lo definen como afrocaribeña. Fundada en 1909 como sitio de frontera para controlar el contrabando. Hoy, por la cantidad de militares que andan por sus calles y sus retenes y controles, parece una aldea sitiada.

Desde finales de los años 90 empezó a ser un lugar seguro para centenas de colombianos que huyen del conflicto armado, así aproximadamente la tercera parte de los habitantes del pueblo son de origen colombiano. Por sus calles observo algunas hermanas kunas y sus “poemas andantes”, sus molas y sus cortos cabellos. Son de Armila la aldea vecina, la primera aldea kuna – dule, al lado de este lugar de encuentros y desencuentros que es la frontera.

Fronteras de cuerpos, fronteras de miradas, y también lugares de leyendas, de historias mestizas, donde la gente va construyendo su auto imagen por medio de la negación, de la aceptación o de la exclusión del Otro. Cómo ven los obaldieños a los anais kunas? ¿Cómo el anai dule ve a su vecino? ¿Cómo serán sus dioses y sus duendes? ¿Qué historias le contará a su nieto la abuela de piel morena?

Y de tantas historias escuchadas y contadas esta la del ruso (o ucraniano) que llegó escapando, dicen de una revolución, (sería la bolchevique?) llegó a tierras panameñas y un buen día, a este rincón afro de la Comarca. Fue dueño de tierras y tiendas, de animales y árboles, de casas y otros negocios. Cuentan que un día de los años 70, una hija que residía en Venezuela se llevó al anciano eslavo, y nunca mas regresó, las últimas noticias eran que solo quería volver para ser sembrado en el bosque amado.

Una noche conocimos a Luna, el marinero Luna. Como la mayoría de la población de Obaldía o La Miel la otra aldea vecina, sus padres nacieron en Colombia. Mulato Luna, ha recorrido toda la costa kuna, isla por isla, en su trabajo de motorista, capitán y marinero y ha llegado hasta Colón y Bocas del Toro. Se sabe de memoria los cayos, las entradas difíciles, los corales no profundos, el sabor de los vientos y la memoria de tantos anais por la Comarca.

Varias veces lo invitaron a navegar a otros mares, de los siete que dicen que existe, encantados con su arte de marear. La primera un barco japonés, pero entonces era muy joven y el miedo por historias que le contaron de cosas que suceden en mares del Oriente, lo detuvieron. Y no fue.

Años después, un velero ingles lo invita a dar la vuelta al mundo, y se pregunta ¿“será que volveré a ver los amaneceres mas lindos de mi vida, como las que viví y vivo en algunas islas? ¿volveré a caminar por Dupac, la isla ballena? y divertirme con mis anaimar de Armila? ¿las danzas en Usdup?, las alegrías y abrazos de mis hermanos en Nalunega?” y no fue. Se quedó en su mar, en las islas, en su Pto. Obaldia. Con los seres que ama.

Quedo callado, cuando Luna nos cuenta estas cosas, es de noche y nadie puede ver un brillo en mis ojos, y entre mis ojos nublados, distingo un marinero dule, un kuna navegando por las islas, de piel mulato, de pelo cuscú, de boca vallenata, de sonrisa colorida, otro ser atrapada entre olas y sirenas dules.

En La Miel, la otra población fronteriza, “descubro” una de las paisajes mas bellos de la Comarca; una playa, una ensenada y casi encima de ella el bosque amado. Están jugando en el mar algunos niños de miel, de color café con leche y sus cabellos bilu bilu - rizados. No resisto y entro en esta agua bendita, de sal y miel. Y me imagino que hace cientos de años, alli también tomaron baño o pescaron los cómplices de Felipillo, los hermanos cimarrones, sudando libertad y amores clandestinos.

Aguas de Miel, que buena forma de empezar este recorrido de colores y de nuevos encuentros. Y me olvido de los retenes, de los controles y de pasados dolores, siento que algún duende, alguna hechicera, una diosa sensual nos vigila (no la policía fronteriza) de ojos almendrados y piel oscura, ella nos cuida!

..Y llevo una hamaca grande
Más grande que el Cerro e´ maco
Pa¸ que el pueblo vallenato
Meciéndose en ella cante…

A lo lejos escucho este vallenato, y que extraña sensación de sentirme en casa, por el ritmo, por lo de la hamaca, por las miradas que se cruzan y entrecruzan y por mi nueva diosa y su mirada de miel.
¡Estoy en Casa!. ¡ No tengo fronteras!